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29/03/2024 - LA VULNERABILIDAD DE LA CRUZ
 


En la narración de la Pasión, Jesús muestra su radical vulnerabilidad. Es crucificado como un criminal abandonado por sus discípulos, en dolor y agonía, ridiculizado por los romanos, rechazado por los judíos.

Jesús se muestra tan vulnerable e impotente que llega a exasperar. Tenemos la sensación de que Jesús podría haber hecho más para evitar tal dolor. Se burlan de él, lo ridiculizan, lo traicionan, lo niegan, lo humillan, lo torturan y lo criminalizan y, sin embargo, no hace nada para evitarlo. Incluso en sus últimos momentos, cuando la tortura es insoportable, no muestra ningún indicio de que vaya a utilizar un as escondido bajo la manga (o un superpoder) para pulverizar a sus enemigos (tal vez hayamos visto demasiadas películas de Hollywood). De hecho, incluso durante su resurrección, Jesús no parece preocuparse por remediar la injusticia de la cruz, ni por vengarse de aquellos que le hicieron daño. En la Cruz, Jesús queda herido física, social y psicológicamente, de todas las formas posibles, pero allí está, mostrando su debilidad como si hubiera elegido el camino de la vulnerabilidad.

Hay una paradoja en la Cruz. Por un lado, cuanto más vulnerables somos, o queremos ser, más fácil es que nos hagan daño. La vulnerabilidad nos expone como Jesús fue expuesto públicamente en la Cruz. Podemos convertirnos en blanco fácil de chismes, injurias, prejuicios y castigado al ostracismo. Pero al mismo tiempo la vulnerabilidad nos hace libres. Jesús era un hombre libre porque no tenía intención de negociar acuerdos de poder con judíos o romanos. Jesús no tuvo que fingir, literalmente no tenía nada que perder. Eligió no llevar la carga (ni las cadenas) de tener que desempeñar el papel de tipo duro, o de líder fuerte, ni siquiera de creyente confiado (recordamos sus abrumadoras palabras “Padre, ¿por qué me has abandonado?”).

La iglesia no es una comunidad de convencidos o de los que se creen con superioridad moral; es la iglesia de los vulnerables.

La iglesia es la comunidad de los que son libres de mostrar sus miserias, carencias e insuficiencias; Aquellos que pueden revelar a otros sus escasas habilidades como padres, su mediocre profesionalismo o su egoísmo como pareja; Los que reconocen sus defectos y miserias y sus malas decisiones. Es una propuesta arriesgada, podemos salir lastimados, pero cuanto más mostremos nuestra cruz, y reconozcamos nuestras vulnerabilidades, y cuanto más las aceptemos, más fácil será sanarlas.

Hacernos vulnerables crea un espacio sagrado donde podemos mostrar nuestras dudas, nuestras incertidumbres, nuestros errores, nuestros remordimientos, nuestras frustraciones. Todos fallamos y tendemos a fallar con frecuencia. Podemos ocultar nuestros fracasos, o podemos mostrarlos y quedar desnudos en nuestra vergonzosa cruz personal. Puede que quedemos heridos, pero también podremos abrir un espacio para la empatía

…un espacio para la compasión

…un espacio donde no seamos juzgados

…un espacio para la aceptación

donde la vulnerabilidad engendra empatía, después confianza y después amor.

 

07/04/2023 - ​VIERNES SANTO: JOSÉ DE ARIMATEA EN EL RELATO DE LA PASIÓN Y EL “PATRÓN LITERARIO JOSÉ” EN LOS EVANGELIOS CANÓNICOS
 

 
Cuando leemos la pasión en los cuatro evangelios, podemos ver que hay ligeras variaciones sobre las personas presentes en la crucifixión y sepultura de Jesús. Curiosamente, de todos los seguidores de Jesús que se mencionan en los evangelios, hay dos personas que siempre están presentes en los cuatro relatos: María Magdalena y José de Arimatea (quizás tres con María la madre de Santiago y José, ver Mateo 27,55-28,1; Marcos 15,40-16,8; Lucas 23,49-24,12; Juan 19:25-20:1). Este año el Domingo de Ramos y el Viernes Santo leemos según Mateo y Juan que José de Arimatea, fue a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús, de quien José era discípulo. Luego enterró a Jesús en una tumba excavada en la roca (Mateo 27,57-61; Juan 19,38-42). Al asegurarse de que el cuerpo de Jesús fuera debidamente enterrado después de la crucifixión, José de Arimatea se convierte en un personaje clave en la narración de la pasión. Marcos y Lucas agregan más información sobre José, señalando que era miembro del Sanedrín (Marcos 15,42-47), que era un hombre justo y que José mismo bajó a Jesús de la cruz (Lucas 23,50-56).
 
La petición de José de enterrar a un hombre crucificado y el consecuente visto bueno de Pilato son, si no problemáticos, elementos sorprendentes tanto desde el punto de vista narrativo como histórico. En cuanto a la historicidad, se ha señalado que la vergüenza de la crucifixión romana incluía la negación de un entierro digno. Los romanos preferían que los cadáveres se descompusieran en las cruces (Esta información se puede encontrar en cualquier comentario moderno sobre los Evangelios, siendo mi favorito el escrito por Craig S. Keener sobre el Evangelio de Juan en 2003). Desde un punto de vista judío, la petición de enterrar a Jesús es razonable, dado el mandato de Deuteronomio 21,22-23 de que ningún cadáver debe pasar la noche sin ser enterrado por el riesgo de profanar la nación.
 
Además, la repentina intervención de José de Arimatea y su rápida desaparición de la narración, hace notable este personaje. Un hombre que no ha sido mencionado antes en absoluto toma el lugar central para enterrar a Jesús y asegurar que la profecía de la resurrección pueda tener lugar. No es Pedro, ni Juan, ni ningún otro discípulo quien asume esta parte esencial de la pasión de Jesús. Los cuatro evangelios mencionan a José y en los cuatro aparece inesperadamente para cumplir con este importante deber. Y después del entierro, nunca se vuelve a mencionar a José de Arimatea.
 
Las acciones de José de Arimatea me hicieron pensar en otro José que después de cumplir una parte importante en la vida de Jesús desaparece y nunca más es mencionado en los evangelios: José de Nazaret. Al igual que el hombre de Arimatea, José de Nazaret está allí para ayudar a realizar las profecías de que Jesús será llamado Hijo de David (Lucas 1,32), que el Mesías nacerá en Belén (Lucas 2,4-5; Mateo 2,5-6), y que de Egipto fue llamado (Mateo 2,14-15). José de Nazaret se casó con una mujer embarazada antes de vivir juntos, pero ya legalmente comprometidos y así desafió una ley que exige denunciar públicamente a María (ver Lev 20,10; Deut 24,1). Sin embargo, después de jugar este papel fundamental en la vida de Jesús, no leemos más sobre él en los evangelios.
 
Tanto José de Nazaret como el hombre de Arimatea van y vienen en un momento crucial de la vida de Jesús; justo cuando Jesús más los necesitaba. Había un José para colocar a Jesús en el pesebre y un José para colocarlo en la tumba. Ambos, el carpintero y el miembro del Sanedrín actúan contra viento y marea para asegurar episodios críticos en la vida de Jesús. Esta idea se vuelve aún más atractiva resaltando la etimología y la raíz hebrea del nombre José: Que Dios añada, o que Dios dé/aumente. No puedo dejar de ver el nombre de José operando en relación con lo que ambos hombres de Nazaret y Arimatea hicieron por Jesús. En los momentos en que Jesús era más vulnerable, el nacimiento y la muerte, Dios añadió y proveyó a estos dos hombres para que fueran apoyo de Jesús. Estos detalles crean un "patrón literario José" en los evangelios canónicos donde ambos son llamados justos y realizan actos verdaderamente virtuosos para el más vulnerable en ese momento.
 
Las preguntas para reflexionar son ¿cómo podemos ser como estos Josés para otras personas? ¿Estamos dispuestos a estar ahí para los más vulnerables para ayudarlos, nutrirlos y proveer para ellos? ¿Estamos dispuestos a ser Josés que no necesitan estar todo el tiempo en el centro de las historias de las personas para ayudarlas en silencio?


 

16/04/2022 - LA PASIÓN DE JESÚS, RETO DE FE: VIERNES SANTO
 


En el día de hoy la Iglesia se centra en el relato impactante y poderoso de la Pasión según San Juan. Escuchando la narración de los sucesos que llevaron a la muerte en cruz de Jesús, es inevitable que en este día nuestra mirada se centre en el sufrimiento humano, al que él mismo se sometió.

El sufrimiento y el dolor son parte intrínseca de la experiencia humana, aunque todos quisiéramos que nuestros seres queridos y nosotros mismos estuviéramos exentos de ellos. La enfermedad, la injusticia, la envidia o las rivalidades tarde o temprano acaban engendrando padecimientos en nuestra persona o en quienes nos rodean, y frente a ellos, una y otra vez, se pone a prueba nuestra confianza en Dios.

Es por eso por lo que el relato de la pasión de Jesús que leemos hoy nos alcanza de manera muy personal, porque lo contiene todo: encontramos escenas de bondad, ternura, amistad, solidaridad, a la vez que otras marcadas por la traición, mentira, violencia y muerte. Todo el abanico de la experiencia humana está representado en el relato de la Pasión, desde lo más positivo hasta lo más oscuro: podemos afirmar que Jesús transitó por la condición humana al completo.

A su vez, Jesús es capaz de integrar esa gran variedad de experiencias y vivencias en un solo proyecto, y de ofrecérselo todo al Padre, tanto lo agradable como lo indeseable. No acumula rencores, y acepta las disyuntivas y contradicciones de su vida con confianza en la voluntad del Padre. Hace suyas las palabras del salmo 30, que conocía de memoria: “A ti, Señor, me acojo, que no quede yo nunca defraudado. En tus manos encomiendo mi espíritu y tú, mi Dios leal, me librarás. (…) Yo, Señor, en ti confío. Tú eres mi Dios, y en tus manos está mi destino.”

Las preguntas que persiguen a Jesús, en la víspera de su pasión, y a cada uno de nosotros, ante situaciones similares, son las mismas: ¿quién tendrá la última palabra frente al sufrimiento, la injusticia, la enfermedad, y la muerte? ¿El amor de Dios realmente es capaz de vencer al mal, al dolor, la humillación? Hoy vemos que la respuesta de Jesús es la respuesta de la fe, es decir, de la confianza inquebrantable en Dios más allá de la comprensión de lo que está sucediendo. “Yo, Señor, en ti confío…” Cuando me quedo solo, en ti confío. Cuando soy víctima de la injusticia, en ti confío. Cuando mi cuerpo llegó a su límite, en ti confío…

El abandono, el silencio, y la confianza con la que Jesús se entrega hoy a su Padre hoy nos hacen vibrar, porque nuestra propia condición humana se identifica necesariamente con alguna de las vivencias que experimentó Jesús en su pasión. Hoy somos llamados a renovar con él nuestra fe, que se define con estas sencillas palabras: Yo, Señor, en ti confío.

02/04/2021 - «NO TENEMOS MÁS REY QUE EL CÉSAR». EL PRECIO DEL MIEDO

Reflexión sobre Viernes Santo

 

Cada Viernes Santo nos encontramos con la Pasión de Jesús según el evangelio de Juan. En el relato, cuando Jesús está a punto de ser condenado, Pilato pregunta a la multitud: «¿Acaso quieren que crucifique a su rey?» Es sorprendente leer que la respuesta no viene de la multitud, sino de los sumos sacerdotes: «No tenemos más rey que el César» (Juan 19, 15). Esta respuesta es, según mi opinión, una de las ironías más grandes que nos ofrece el evangelio de Juan. El motivo de mi conjetura está en la manera en que Israel concebía la idea de reino, especialmente en el tiempo de Jesús.
 
Aunque estamos acostumbrados a escuchar títulos como Mesías e Hijo de David conectados con Jesús de manera positiva, la institución de la monarquía no fue siempre bien recibida en el judaísmo ni en las Escrituras hebreas. Israel no estaba destinado a tener un rey, como las demás naciones a su alrededor. Dios mismo advierte sobre el peligro de la institución monárquica a través de su profeta Samuel (1 Samuel 8, 10-22). Pero el pueblo de Israel quiso parecerse a las demás naciones, e insistieron en que querían un rey. Dios les concede la petición y con Saúl empieza una cadena de reyes poco exitosos. Tuvieron problemas con David y Salomón, quienes según los libros de los Reyes violaron la única ley que los reyes de Israel tenían que cumplir (Deuteronomio 17:14-20; 1 Reyes 10-11). La institución de la monarquía fue tal fracaso que Israel terminó dividida y en el exilio.
 
Después del exilio de Babilonia, cuando al pueblo de Israel se le permitió regresar a Palestina, por intervención divina, la monarquía se empezó a ver de otra manera. Solo Dios podía ser el rey verdadero de Israel. El pueblo no debió poner nunca su confianza en príncipes humanos, sino solo en Dios (Salmo 146, 3). Esta reflexión se ve muy clara en el libro de los salmos. Si nos damos cuenta de cómo están organizados los salmos, veremos que los primeros tres libros (Salmos 1-89) cuentan la elección y el fracaso de la monarquía, que termina con el rechazo de Dios hacia David (Salmo 89, 39-46). En el resto de la colección, especialmente en los salmos 90-96, encontramos la confesión de que Dios es rey, dejando atrás cualquier deseo por un rey humano. Esta idea se consolidó como resultado de una reflexión sobre la monarquía fallida. El deseo de reestablecer el linaje Davídico quedó vivo en algunos pequeños círculos judíos, lo vemos en los evangelios, por ejemplo cuando a Jesús se le llama hijo de David. Pero incluso Jesús ve el peligro de alimentar la idea de una nueva monarquía terrenal (Juan 6, 15).
           
Volviendo al diálogo entre Pilato y la multitud, nos damos cuenta de la ironía cuando los sumos sacerdotes, que supuestamente rezaban día y noche con los salmos, proclaman rey único al César. ¿Por qué lo hacen? Porque con tal de deshacerse de Jesús están dispuestos a traicionar su propia fe en Dios como el único rey de Israel. “No tenemos más rey que el César” es la culminación de su plan para que los romanos crucifiquen a Jesús. Han escogido ir en contra de su propia fe, e incluso aliarse con su opresor, para condenar a Jesús, quien había desafiado su posición social y autoridad religiosa (Juan 11, 48). Tenían miedo, y tanto era su temor de perder el templo, que traicionaron su propia religión para poder mantener el status quo. Esta ironía no es nueva en la Biblia, también la encontramos en la historia del Éxodo. El pueblo de Israel, después de ser liberado de la esclavitud de Egipto, añora la comida que allá tenía, aun siendo esclavo, y en el desierto rechaza la libertad a la cual Moisés les había conducido (Éxodo 16, 3).
 
Este Viernes Santo es un buen momento para reflexionar sobre cómo nuestros miedos nos pueden apartar de Dios mientras nos aferramos a falsos reyes para sentirnos seguros y protegidos. Para los sumos sacerdotes, en la narrativa de la pasión de Juan, el César se convirtió en una falsa seguridad, ya que ellos rechazaron el mensaje de libertad de Jesús y se aferraron a un templo y un sistema que ya conocían, aun siendo oprimidos. Para el pueblo de Israel en el desierto, Egipto se convirtió en una falsa seguridad que ofrecía comida a cambio de esclavitud. De igual manera nosotros nos sentimos seguros dentro de nuestros sistemas políticos y económicos, dentro de instituciones e ideologías. El miedo a cambiarlos nos puede hacer perder de vista nuestra misión de proclamar el evangelio, y terminar llamando rey a un líder político o a una institución terrenal. Que el miedo nunca nos coarte la capacidad de ser generosos, y que nunca nos lleve a traicionar el evangelio de Jesús. La cruz que celebramos hoy es lo opuesto a una vida plagada de miedos.


 

10/04/2020 - VIERNES SANTO: LA IDENTIDAD DE JESÚS

La cuestión de la identidad de Jesús es clave en todos los Evangelios. La misma clave nos puede ayudar a interpretar la Semana Santa. En el evangelio que hubiésemos leído en la procesión del Domingo de Ramos, la gente de Jerusalén se pregunta, “¿quién es este?” (Mateo 21:11). La celebración del misterio pascual nos ayuda a discernir la identidad de Jesús, y nos genera una pregunta profunda: si este es Jesús, ¿quién voy a ser yo?
 
Jesús es el nuevo cordero pascual. Su crucifixión empieza a la misma hora en la que se encendían los fuegos para cocinar el cordero de la cena de la Pascua judía. En el día de hoy, Viernes Santo, leemos la versión de la Pasión según Juan. En Juan, las últimas palabras de Jesús en la cruz, “se ha acabado” son un eco de las palabras con las que termina el seder, la cena ritual judía. Cualquier judío reconocería la conexión, tanto en el primer siglo, cuando se escribieron, como hoy.
 
Entender la crucifixión desde el simbolismo de la cena de la pascua judía nos habla del significado más profundo de la Cruz. Una forma de entender el misterio pascual que se celebra en Semana Santa es la invitación a vivir la vida como la vivió Jesús, aprendiendo a dar la vida por la salvación de los demás. Es morir a nosotros mismos, que es como murió Jesús. Y ahí yace la promesa de la salvación que celebramos estos días: viviendo y muriendo como Jesús, resucitaremos también como Él a una nueva vida—tal y como Jesús le prometió a sus discípulos tantas veces.
 
En el Jueves Santo podemos reflexionar en cómo vivió Jesús: cómo vivió amando a los que Dios le habían confiado, y como los amó hasta el extremo; viendo en el lavado de los pies que Jesús nos invita a encontrar en el servicio al prójimo la clave de una vida con propósito y significado. En un año normal, hubiésemos terminado en adoración acompañando a Jesús en su agonía en Getsemaní, pronunciando la misma oración, nacida de su amor profundo por la vida.
 
El Viernes Santo constituye una invitación a morir como murió Jesús: morir a nosotros mismos, el nuevo sacrificio. Morir a la tendencia original que todos tenemos de situar nuestras necesidades por encima de las de las demás. 
 
¿Quién es éste? Es Jesús, que hoy, Viernes Santo, muere por amor a los que le eran suyos, que entiende que Dios le ha prestado. Es Jesús, que no sólo muere por los suyos en este mundo, sino que muere también por amor a la condición humana también—Jesús, Hijo del Hombre. ¿Quién es este? 
 
Es el Jesús, servidor sufriente de Isaías (primera lectura de hoy, Viernes Santo) que agoniza y le suplica al Padre que le aparte el cáliz que le toca beber—el Jesús cuyo corazón estaba roto mucho antes de que una lanza le traspasara el corazón—traicionado, negado y abandonado por los suyos, insultado y repudiado por los demás. El Jesús que muere perdonando a los propios y a los demás. Es Jesús el que muere prometiendo el paraíso al ladrón crucificado, que en medio del terrible sufrimiento, sigue enseñando y curando. Jesús es el que muere de la misma manera de la que vivió.
 
Si este es el Jesús del Viernes Santo—que sirve, cura y ama hasta el extremo—¿quiénes vamos a ser nosotros?


 

14/04/2017 - VIERNES SANTO: EL SERMÓN DE LAS SIETE PALABRAS
Una tradición popular, muy viva sobre todo en América Latina, ha agrupado en la fiesta del Viernes Santo las siete palabras que en los diferentes Evangelios aparecen pronunciadas por Jesús en la cruz. Es lo que llamamos “el sermón de las siete palabras”.
 
A nivel teológico, la cruz es un evento liberador y salvífico, pero a nivel histórico y humano, personal y psicológico, la cruz fue para Jesús una experiencia desgarradora de pérdida. Es, en cierta forma, la imagen de la pérdida total. En la cruz Jesús no sólo perdió su vida sino también sus discípulos, su plan, su identidad, su buen nombre, su reputación. En la cruz Jesús lo pierde todo.
 
Y es desde esta experiencia que las siete palabras pueden ser para nosotros una buena herramienta para enfrentar nuestras propias experiencias de pérdida. En una sociedad donde predomina el valor del éxito, y a partir del mismo se establece el valor de una persona, quién vale y quién no, lo que quizás tendríamos que aprender y enseñar no es tanto saber ganar sino saber perder. No saber asumir nuestras pérdidas es, en el fondo, la causa subyacente a la violencia o a la intolerancia, por ejemplo. Ambos son síntomas de que existe, en aquellos que las practican, poca preparación para la pérdida. Desde temprana edad nuestras vidas están llenas de pérdidas: uno puede perder un ser querido, puede perder una pelea, una discusión, un privilegio, o un trabajo, y depende de lo bien preparados que estemos para ello que podamos seguir adelante después de experimentar estas pérdidas. Hay que aprender a manejar las pérdidas, y Jesús, en sus palabras en la cruz, nos puede dar una pista de cómo sobrellevar nuestras propias experiencias de cruz, nuestros Viernes Santos, y así prepararnos para la “resurrección”.

1.     «Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado» (Mateo, 27,46 y Marcos 15,34). El grito es desgarrador, estremecedor y hasta escandaloso, viniendo del mismo Jesús. Pero, es también extremadamente humano. El grito de la frustración, ¡ya no puedo más! Es un grito catártico con el que de una forma u otra nos vaciamos. En nuestras cruces es necesario saber expresarnos, no reprimirnos. Saber decir sin miedo ni remordimientos lo que estamos sufriendo, aunque a veces solo sea decírnoslo a nosotros mismos.

2.     «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lucas 23,34). Toda experiencia de pérdida suele ir acompañada por la asignación de culpabilidad, ya sea a otros o a uno mismo; es por ello que, para poder asumirla, tiene que ir acompañada por una experiencia de perdón. La ausencia de rencor es fundamental para poder cicatrizar heridas.

3.     «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lucas 23,43). Quizá en caliente las experiencias de pérdida son un sinsentido. Quizá deberíamos intentar descubrir, aunque sea de forma contra-intuitiva, los elementos positivos que tal experiencia puede desencadenar.

4.     «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lucas 23,46). En momentos de pérdida tenemos que reconocer que no siempre podremos estar en control ni de las situaciones ni de las demás personas. Dejarnos llevar, saber que los acontecimientos van más allá de nosotros, es una forma de enfrentarnos a las pérdidas de forma saludable. Hay que saber soltar. 

5.     «Tengo sed»  (Juan 19,28). Pedir ayuda es siempre una forma de hacer que las cruces nos sean más llevaderas. Reconocer nuestra vulnerabilidad y, por ella, nuestra evidente necesidad de los demás. No somos héroes.

6.     «Mujer, aquí tienes a tu hijo..., aquí tienes a tu madre» (Juan 19,26-27). Una de las dimensiones más difíciles de una pérdida es aceptar que nuestro entorno no tiene por qué estar en nuestra misma situación, y aunque muestren empatía hacia nosotros, no debemos arrastrar a los demás hacia nuestras propias cruces o pozos de dolor.  

7.     «Todo se ha cumplido» (Juan 19,30). En momentos de pérdida o de duelo, a veces a modo de consuelo encontramos expresiones poco acertadas como “todo sucede por una razón” o “si ha pasado por algo será” o aún peor “Dios tiene su plan y sabe más que nosotros”. Aun siendo desafortunadas, estas expresiones esconden la idea de que a menudo las cruces, los sufrimientos que nos invaden en un momento determinado, son puertas hacia nuevos caminos que sin ellas nunca hubiéramos explorado. Puede haber sentido en el sufrimiento.
 
Examinemos, pues, estas palabras de Jesus en la cruz, y dejemos que contra todo pronóstico nuestras experiencias de pérdida puedan, quizá con el tiempo, ser positivas, para que el Viernes Santo no tenga la última palabra y podamos llegar a la Resurrección. 


 

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